La caza de ballenas en la Antártida provocó la caída de la productividad biológica
ABC 16-10-2006
ARACELI ACOSTA
MADRID. Los estudios sobre los impactos que el calentamiento global está teniendo sobre los ecosistemas polares son constantes y se revisan a cada dato nuevo que se aporta. Hasta ahora, se había constatado que el krill (una clase de crustáceos parecida a los camarones) del que se alimenta la fauna antártica ha disminuido un 80 por ciento desde 1970. Los resultados de la investigación realizada por el British Antarctic Survey en 2004 indicaban que la principal explicación para este dramático declive era el descenso del hielo marino, ya que el krill se alimenta de las algas que se encuentran bajo la superficie de estas placas heladas.
Una hipótesis avalada por los datos de la pérdida anual de hielo en la Antártida -152 kilómetros cúbicos al año-, provocado por un aumento de la temperatura de 2 grados centígrados en los últimos cincuenta años.
Sin embargo, un grupo de científicos, líderes internacionales en investigación polar, reunidos la pasada semana en Madrid para participar en el segundo debate sobre Biología de la Conservación, organizado por la Fundación BBVA, ha aportado nuevos datos sobre los cambios que se están dando en el continente helado.
El krill, clave en la cadena
Victor Smetacek, del Instituto Alfred Wegener de Investigación Polar de Alemania y pionero de la investigación experimental en la Antártida, ofreció una hipótesis cuanto menos innovadora para explicar la drástica disminución de krill. Además de la acción del calentamiento global, este científico indio considera que el dramático descenso de la población de ballenas azules por culpa de la caza indiscriminada -de las 300.000 que habitaban el océano antártico se pasó a sólo 350 ejemplares en el siglo XX- está detrás del declive del krill, componente clave de la cadena alimentaria.
Y es que, según Smetacek, estos grandes cetáceos desempeñaban un papel fundamental para reciclar hierro, el elemento clave para la productividad biológica en el océano austral, manteniendo niveles de producción biológica mucho más elevados que los actuales. Así, Smetacek se hizo dos preguntas: cómo era posible que un área tan pequeña y poco productiva pudiera mantener una población de ballenas con una biomasa equivalente a la de mil millones de seres humanos, y por qué, si las ballenas habían disminuido, el krill, en lugar de aumentar, se había comportado de la misma manera. Máxime teniendo en cuenta que la población originaria de ballenas azules consumía 150 millones de toneladas de krill al año.
A partir de un estudio del equipo que dirige el investigador español Carlos Duarte, del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (Imedea), que aportó evidencias de que el krill juega un papel importante en la liberación de hierro, el profesor Smetacek realizó varios experimentos en aguas antárticas para demostrar que las ballenas están implicadas en este ciclo. Y es que, frente al Ártico, en cuyas aguas el hierro es abundante, «el plancton de la Antártida es anémico», afirma Smetacek. La explicación está en que el hierro es insoluble en el agua, a no ser que se combine con otros compuestos orgánicos, y éste es el papel que desempeñaban las ballenas, que «reciclaban» el hierro. El proceso sería el siguiente: el hierro llegaba en forma de polvo desde las masas continentales, las ballenas lo reciclaban y fertilizaban, lo que aumentaba la productividad biológica en el océano. Y a mayor cantidad de plancton, más krill y, por tanto, más alimento para las ballenas. Además, este aumento de la producción biológica llevaría una mayor capacidad de secuestrar dióxido de carbono (CO2), principal gas de efecto invernadero causante del calentamiento global. Por tanto, un mecanismo natural que funcionaba a la perfección, hasta que llegaron los buques balleneros con sus arpones.
Controversia científica
Smetacek ha realizado ya nueve experimentos de fertilización con hierro en las aguas antárticas, con resultados positivos en la producción de plancton, aunque al no estar las ballenas que reciclan el hierro en la capa superficial del océano éste acaba cayendo al fondo pronto.
Su próxima idea es hacerlo a gran escala en el océano austral y en un área donde haya ballenas, de tal forma que se reconstruya el ecosistema original, y así que sean las ballenas las que hagan el trabajo. Una técnica a la que Duarte se refirió como de «ingeniería global» y que no deja de ser controvertida entre la comunidad científica. Además, debe contar con el respaldo de los países firmantes del Tratado Antártico.
Sin duda una propuesta que dará mucho que hablar en el Año Polar Internacional, que comienza el próximo mes de noviembre y que, a pesar de su nombre, se extenderá hasta marzo de 2009. Y es que los polos necesitan que la comunidad internacional vuelva los ojos sobre ellos, puesto que son verdaderos sensores del cambio climático. Como afirmó Duarte, «el cambio climático no es el futuro, sino que ya estamos plenamente inmersos en él».